Seamos un poquito más tristes y bastante menos gilipollas

Un buen día salgo a la calle, no pasa nada en particular, nada malo, quizá nada bueno y tengo un mal día. O estoy triste. O las dos. Automáticamente, me siento fatal. El sentirme fatal no es parte de estar triste, es consecuencia directa de este estado sin motivo aparente y de tener pensamientos negativos que no debería tener porque estoy haciendo todo lo que quiero, tengo casa, trabajo, pareja y todo lo que todo el mundo necesita para ser feliz. No tengo razones y, por lo tanto, derecho de estar triste.

Todo este remolino de ideas y conclusiones es un proceso mental que ha durado dos segundos en mi cabeza pero que ha plantado las bases de cómo me debo sentir el resto del día. Y lo he decidido yo solita. No puedo evitar acordarme de Chris, el niño con Asperger protagonista del libro de Mark Haddon “El curioso incidente del perro a medianoche”, ya que éste decide si será un buen día o un mal día de una manera tan aleatoria como es contar el número de coches amarillos o rojos que ha visto de camino a la escuela. Y vas más allá, ya que contempla la existencia de los días normales cuando el número de coches rojos y amarillos que ha visto se iguala.

«No tengo razones y, por lo tanto, derecho de estar triste».

Cuando tengo uno de esos días me tengo que convencer a mí misma de que no pasa nada, que es normal y sano tener días malos. Tengo que hacerme un auto-cocowash a la inversa, activamente. El otro proceso está interiorizado y se desata por impulso. Con todo esto del positivismo radical las consecuencias son negativas y muy reales. Al menos Chris, el niño con Asperger, tiene un sistema que le da equilibrio, nosotros sólo nos permitimos días geniales.

«Vivimos negando lo negativo, como si no existiera».

En “La sociedad del cansancio”, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, declara que a fuerza de ser tan sumamente positivos no estamos preparados para una pequeña carga de negatividad, porque vivimos negando lo negativo como si no existiera. No estamos vacunados contra ello porque no tenemos ni un poquito de negatividad que nos haga crear anticuerpos para defendernos de ella cuando esta aparezca. Y aparece. Cuando esto pasa, presos del pánico, pero sólo internamente, dibujamos una sonrisa externa y llenamos; nuestra vida de amigos que alimentan nuestra alma, nuestras estanterías de libros de autoayuda y nuestro tiempo de miles de millones de cosas para no pensar. En este proceso expulsamos a las personas tóxicas/negativas cargadas de normalidad y realidad, y nos volvemos superguays. Por este camino, si no nos desviamos ni un poquito y seguimos todos los pasos, juntaremos todas las papeletas para acabar siendo gilipollas.

Siguiendo con otros pensamientos de Han, esta positividad nos exige demasiado. Nos exigimos demasiado a nosotros mismos. Esta imposición interna nos acaba agotando. Pensamos que así es como debemos vivir si queremos conseguir algo y si queremos llegar a ser alguien que hace algo. Aunque no sepamos qué quiere decir eso, ni qué queremos hacer. Corremos como si fuéramos a llegar antes, en varias direcciones para no perdernos nada, sin saber muy bien a dónde vamos. Creemos que si nos esforzamos podemos llegar a ser unicorniosEsto cansa y nunca se llega, porque nunca es suficiente.

«Por este camino juntaremos todas las papeletas para acabar siendo gilipollas».

Además, es un camino individual e individualista, de ahí el peligro de volvernos gilipollas. Caemos en un narcisismo solipsista como si fuéramos un bebé y todo lo que nos rodea sólo está hecho para nosotros, para hacernos felices. Hasta en el dolor y la depresión nos comportamos así, vivimos en depresión pero solos. No somos capaces de compartir ese dolor de una forma real. Podemos hablarlo más o menos por encima con otros, pero no se comparte. Uno escupe el problema como si lo vomitara y el otro responde con el yo-yoísmo de la experiencia propia, ese consejismo onanista que nos da placer inmediato al “ayudar” al otro. Somos parte de charlas que no son conversaciones en absoluto.

Sumado a esto, todos los estímulos que recibimos del exterior nos invitan a ser felices. Al menos a los que prestamos atención, ya que realmente vivimos siguiendo el algoritmo de las arañas de Google, donde sólo vemos lo que queremos ver. Lo que se nos hace presente son cosas que ya sabíamos, con la predisposición a estar de acuerdo con ellas. Un buen ejemplo de esto es “Pastillas para no soñar” de Sabina, una canción que encierra dos interpretaciones, depende del discurso que queramos escuchar. Por un lado, podemos tomarlo como un manifiesto macarra de relajarte y vive; por el otro, permítete tener sueños y luchar por ellos, porque tú puedes con todo. Incluso ser un unicornio rosa.

«Somos parte de charlas que no son conversaciones en absoluto».

Estar triste y no tener sueños es tabú. Pero un tabú muy real, no como el de decir públicamente que te gusta el reggaetón. Este tabú al “estar triste” es, en realidad, un conglomerado de todos los sentimientos definidos como negativos, que aglutina y homogeniza las emociones que no podemos tener y debemos reprimir si no queremos ser rechazados. Al menos debemos intentar ocultarlo, de los demás y de nosotros mismos. Es apariencia de felicidad llevada al extremo, no como la de “mujeres desesperadas”, ellas no fingen cuando nadie las ve. Esta represión al ser activamente aceptada por nosotros no provoca reacción.

Esta autoimposición se fundamenta internamente en que si no somos capaces de estar felices todo el tiempo y de ver el lado positivo de absolutamente todo, es que algo está mal en nosotros, no estamos poniendo suficiente de nuestra parte y/o queremos estar mal, porque sí. Casi como si no existiera la tristeza, un sentimiento que en principio no tiene nada de malo, ni de bueno. Sólo se siente como cualquier otra emoción.

«Esta represión al ser activamente aceptada por nosotros no provoca reacción».

Quizá nos merecemos tanto estar felices, como estar tristes y ya. Y quizá, también, nos merecemos vivir sin la presión social de tener que ser felices todo el rato como dice Sergi Pàmies.

Deja un comentario